¿POR QUÉ CONTRATAR A UN(A) INTERIORISTA?

Descubre algunas razones prácticas por las que trabajar con un profesional del diseño interior es la mejor opción a la hora de personalizar tu propio espacio.

¿Sabías que la altura ideal para un bar es de 90 centímetros? Esa elevación es la más conveniente para que la experiencia de disfrutar o preparar un coctel en casa sea cómoda y accesible. ¿Te has puesto a pensar en que el tipo de cortina que escojas debe corresponderse con el ambiente en que la vayas a colocar? Solo así podrá cumplir su función principal: administrar la luz de la mejor manera, según tus necesidades. Y finalmente, ¿has considerado las condiciones térmicas y acústicas de tus ambientes? Estas son tan importantes como la estética cuando buscamos elevar nuestro espíritu.

Estos y muchos otros detalles son cruciales a la hora de modular nuestro estilo de vida. Y son, precisamente, los que estudia y administra el diseño de interiores, una especialidad que desentraña la poética de cada lugar, pensando en la mejor manera de habitar los espacios. 

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Mucho más que decorar

No es raro que la gente confunda interiorismo con decoración, pero el diseño de interiores va mucho más allá de elegir muebles bonitos, mezclar colores que conjuguen o colocar una lámpara arco en la esquina de la sala. Es, más bien, una disciplina que “parte del uso y las costumbres de todos los seres humanos, porque todos dormimos, comemos, habitamos espacios y tenemos necesidades comunes”, como asegura nuestra curadora, Ana Teresa Soyer. No se trata solo de articular cosas lindas dentro de un espacio para hacerlo lucir elegante, chic o diferente, sino de entablar un vínculo honesto y directo entre interiorista y cliente. 

Un profesional del interiorismo debe ser capaz de interpretar lo que el cliente desea, o de guiarlo para que lo descubra en el proceso. Por eso es muy importante hacer un ejercicio genuino de comunicación y empatía. ¿Qué busca el cliente? ¿Qué le gusta y qué no? ¿En qué consiste su día a día? ¿Qué anhela? ¿Cómo se relaja? Todo ello permite canalizar un deseo. Y una vez establecido el nexo, corresponde poner manos a la obra. ¿El objetivo? Crear un espacio cómodo, armónico, seguro, funcional y con una marca personal inconfundible. 

Entender el espacio

Internalizados los deseos y expectativas del cliente, se necesitará comprender las potencialidades del espacio. Este es el momento del estudio minucioso para descubrir posibilidades y fantasear con nuevas configuraciones, buscando descifrar el movimiento y la división de los ambientes. “Cuando las personas contratan a una profesional, lo hacen porque va a resolver temas puntuales y prácticos. Por eso, la interiorista empieza a armar el espacio desde los planos de distribución, manejando la escala de los elementos, las medidas del mobiliario, etcétera”, anota Ana Teresa, subrayando la pericia técnica que se debe esperar de parte del especialista. Y entonces, por fin, es momento de delinear la transformación.

 

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 Si es incómodo, no es bueno

Otro punto fundamental es la ergonomía; es decir, la adaptación óptima del espacio y lo que contiene, con énfasis en las dimensiones ideales de muebles y objetos. Toda esta matemática se traducirá, para el cliente, en confort. Ana Teresa lo resume bien: “Las medidas ergonómicas se complementan con la experiencia para solucionar problemas prácticos, logrando magnificar el uso del espacio a habitar”; de esta forma, la casa se acomoda al individuo, y no al revés.

Lo interior dialoga con lo exterior

No se puede dejar fuera el análisis de la interacción entre espacio interior y entorno natural. Para alcanzar los mayores niveles de comodidad, estética y funcionalidad, el interiorista tendrá que considerar la intensidad de la luz, la dirección del viento, la temperatura y acústica de cada ambiente. Eso se refleja, por ejemplo, en detalles como la elección de las cortinas, “que deben darte independencia e impedir que te vean”, señala Ana Teresa, “pero, a la vez, permitirte ver y que entre la luz suficiente. Pero si son para el dormitorio, deben proporcionar oscuridad total”. 

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 Más caro no es mejor

El toque final es el estilismo. Como cuando se hace la curaduría de una exposición de arte, el interiorista va escogiendo una a una las piezas que completan la visión del cliente para acabar de configurar su espacio soñado. Aquí, la verdadera destreza radica en saber que no es necesario saturar con objetos caros o llamativos. Lo primordial es tener una mirada integral, y enlazar elementos únicos, con valor estético y que cuenten una historia. Un florero que se vincula con un recuerdo, un mueble que luce la textura favorita del usuario, una alfombra que nos transporta a otra latitud del planeta, pueden marcar la diferencia a la hora de dotar de personalidad a un espacio. El precio no es lo fundamental, sino que la pieza sea única y aporte al lugar. 

Epílogo: todo espacio es una oportunidad

Ahora ya conoces algunas razones por las que, al personalizar un espacio, resulta más que recomendable trabajar con un profesional. Su experiencia le permite combinar su talento artístico y buen gusto para convertir espacios convencionales en memorables. Con su aporte, podremos construir un entorno ideal, que nos permita expresarnos como somos… y que traslade al mundo nuestra autenticidad.

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