CASTELLO CANEVARO: UNA HISTORIA PERSONAL

Tras un viaje de negocios a Milán, Ana Teresa Vega Soyer visitó el Castello Canevaro, una impresionante construcción del siglo XVI que guarda estrecha relación con su árbol genealógico. Este es un relato de cómo los espacios se convierten en memoria y conexión con nuestro pasado.

En la paradisíaca costa de Liguria, región de la Riviera italiana famosa por la belleza de ciudades como Portofino y Santa Margherita Ligure, se erige una imponente edificación cuya primera etapa data de 1550. Originalmente, fue una torre de vigilancia para advertir la posible llegada de piratas. Pero ya para la primera mitad del siglo XVII empezó a tomar una forma más parecida a la actual, con áreas residenciales, patios y jardines interiores.

castello-canevaro

En el siglo XIX, el marinero y cónsul de Cerdeña Giuseppe Canevaro compró la propiedad, que permanece en su familia hasta el día de hoy. Giuseppe, un hombre de procedencia modesta, hizo fortuna exportando guano hacia Europa. Fue así que su familia inició un vínculo con el Perú que no se extinguiría.

El nieto de Giuseppe, ya convertido en Duque de Zoagli e hijo del entonces vicepresidente del Perú, se casó con la peruana María Luisa Soyer y Lavalle. “Apenas casados, se la lleva a vivir a París, y es así como mi tía tatarabuela se convierte en la Duquesa de Zoagli”, cuenta Ana Teresa Vega Soyer. 

“Como María Luisa no pudo tener hijos, ‘adoptó’ al abuelo de mi mamá y lo crió. Por eso mi bisabuelo y tíos abuelos han pasado algunos años aquí”, explica, mientras recorre con la vista los muros del castillo. 

Para ella, visitar cada estancia es una especie de reencuentro con los fantasmas. Ahora que el castillo es un alojamiento boutique y centro de eventos, ha separado la suite que era el cuarto de su tatarabuela. Cuando se sienta en el tocador y se mira al espejo, se imagina la escena en un momento muy distante, con el rostro de su pasado. La duquesa consorte, que antes se veía a través de ese mismo reflejo, hoy descansa enterrada en el suelo de la villa, y su escultura aún recibe a los viajeros.

portada-canevaro

Amanece con la postal en movimiento que es la onírica vista del mar. La decoración, los pisos, algunos detalles parecen trasladarla a Lima, a la casa de su abuela. Como extraña coincidencia, descubre que la disposición del estar y los cuartos es idéntica a la del hogar familiar limeño, en Grau. Inevitable que las lágrimas aniden en los ojos. 

“¿Cómo un castillo puede tener algo tan familiar?”, se pregunta. Hasta los cuadros que están ahí parecen pintados por su tío, el retratista Mariano Soyer, quien también vivió en el Castello Canevaro durante una temporada. 

 

Paisaje de ensueño

El acceso directo a la playa de Arenella permite descubrir una pequeña joya natural entre la vegetación mediterránea y las rocas. Los atardeceres se disfrutan desde las amplias terrazas o los balcones de las tres plantas del edificio. Las vistas son espectaculares desde cualquier punto en el que uno se encuentre. 

castello-canevaro-vista

El castillo, con 1100 metros cuadrados y 20 habitaciones, está enclavado en un espolón de roca saliente. Esta ubicación estratégica permite acceder a una visión privilegiada del entorno, lo que lo hace tan rico en naturaleza como en historia.

La antigua casona, rodeada de jardines, tiene una distribución que permite celebrar todo tipo de eventos en interiores y exteriores. De hecho, fue así como Ana Teresa se topó sin querer con su pasado. Hace unos años, su esposo fue invitado a una boda en el castillo. Cuando ella leyó dónde se realizaría la ceremonia, no podía creerlo. Sabía que el lugar existía, que formaba parte de su historia, pero el paso del tiempo había hecho que ella y su familia perdieran noción y contacto con él. 

castello-canevaro-interior-1

Desde ese momento, se estableció un nuevo vínculo con el pasado. Ana Teresa se mantuvo en comunicación con el último Duque de Zoagli hasta los días finales de la vida de este. Fue así como poco a poco empezó a hilar nuevamente la narrativa de su árbol genealógico, para mantener vivo el legado y el recuerdo de las generaciones que la antecedieron.

Ahora, que tiene la oportunidad de pasar unos días en la paz e intimidad de este espacio tan fantástico como familiar, no deja de asombrarse por su belleza. Los muebles rústicos, los mosaicos del suelo, las paredes envejecidas son parte del lujo, pero también de la historia. Y el mar, que resguarda este rincón de reconexión, es toda la música de fondo que se puede anhelar para la meditación y la memoria.

Nueva llamada a la acción